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domingo, 17 de mayo de 2009

Nada nuevo bajo el sol

Eurovisión está empezando a ser excesivamente predecible. Como en los días previos se diga que un país es el ganador, seguro que lo será. Da igual que lleve a un mono tocando la pandereta, que se alzará con la victoria sí o sí. Solo así se puede explicar el triunfo del noruego Alexander Rybak, cuya canción, Fairytale, ha arrasado totalmente en la final de esta noche. De hecho, ha logrado la puntuación más alta de la historia del Festival, rozando los 400 tantos (se quedó en 387) y superando en 169 a la segunda clasificada, Islandia, y en 180 a la tercera, Azerbayán. Precisamente en esos otros dos puestos es dónde estuvo la emoción, ya que, hasta el último país, no se sabía quién acompañaría a los noruegos en el podio, o mejor dicho, en qué orden. Turquía y el Reino Unido cerraron un 'top-five' muy reñido en una gala espectacular y muy trabajada, con mucho colorido desde el principio hasta el final.

(...)

El análisis de la final de Eurovisión, así como la de la actuación de Soraya, en el Zeality original. ¡Allí os espero!

1 comentario:

Gabriel Knightley dijo...

En serio, ¿qué gaitas tenía Noruega aparte de la apariencia del chaval? La referencia que tenía yo era de un foro mayormente femenino (y cuando digo mayormente es que no hay ni un 10% de hombres, en el cual por una vez me incluyo xD). Y las opiniones que allí se leían eran principalmente relativas a lo guapito del chaval, y su supuesto aire bohemio -lo comparaban con Ewan McGregor en Moulin Rouge-.

Vi el vídeo el día después de la gala, por curiosidad, y... al margen de que lo "bohemio" deduzco que era llevar camisa y chaleco, de la canción podría salvar, como mucho, la letra y la coreografía (que si no buena, al menos era graciosa), porque lo que es el cantante, dejaba bastante que desear... en todo caso estaba bien que acompañase la actuación con el violín, pero no es que se luciera tampoco.

En fin... me reafirmo en que para triunfar hay que buscar gustar a una mayoría, pero ser bueno no es un requisito. ¡Un abrazo, Alberto!